El Gran Bazar Humanitario
Apuro la cerveza y me apresuro a buscar el puesto de las gafas de realidad virtual. ¿Era aquí junto al de la compañía de telefonía móvil o más cerca del que vende drones que pueden ir armados? Para una vez que puedo probarlas, no quiero irme sin hacerlo. Pero me tengo que dar prisa para que me dé tiempo de volver a la sala de prensa y terminar la crónica del cierre de la primera Cumbre Humanitaria Mundial de la historia, celebrada en Estambul. Entonces aún no sabía que en el periódico ya se habían olvidado por completo de la “histórica cita” y no querían ningún texto más sobre ella.

El día anterior no pude probarlas; me entretuve demasiado en el pabellón que la organización de la cumbre había habilitado para que oenegés, Estados y empresas anuncien sus servicios y productos y hagan negocio. Negocio humanitario, claro. Comida, bebida, folletos, tarjetas de visita, más folletos e incluso una pulsera elegida de entre cinco variantes. Las distracciones acechaban en cada esquina.
Pero en este segundo día había aprendido la lección. El pabellón, que no tiene nada que envidiar al de FITUR o al de cualquier otra feria de comercio, se rige por las mismas reglas que el Gran Bazar de Estambul. Si mantienes la mirada fija más de tres segundos sobre la persona de la tienda o sobre uno de sus productos, estás perdido. Se lanzan encima de ti y te colman de palabras amables, algún que otro regalo y de infinitas promesas de que lo suyo es lo mejor de todo el mercado. Gracias a que empiezo a dominar el noble arte de pasear por el Gran Bazar sin parecer turista (siempre y cuando mantenga la boca cerrada), pude llegar a mi ansiado destino. El logotipo de ‘Samsung’ marcaba el lugar. En el cortometraje que selecciono ver, una niña, en alguna esquina recóndita e inhóspita de África, me cuenta el esfuerzo casi sobrehumano que tiene que hacer cada día para conseguir agua. Pero después de haber tenido que esperar unos minutos a que me atendieran y de que mis gafas de realidad virtual no funcionaran correctamente, me sorprendo a mí mismo pensando en la pobreza de esta atención al cliente, más que en la pobreza de la niña africana y su familia.
La ONU ha optado por apoyar directamente la ayuda humanitaria corporativa. Este modelo comercial estuvo presente en algunos actos paralelos durante la celebración de la primera Cumbre Humanitaria Mundial, que reunió a representantes de más de 170 países del mundo. El pabellón humanitario a lo Gran Bazar de Estambul era lo más llamativo.
Y es que la iniciativa privada tiene cada vez más peso dentro de la ayuda internacional. No solo está el hecho de que en las sesiones de trabajo de la cumbre se debatió cómo mejorar la colaboración con el sector corporativo, sino que con mayor frecuencia se habla de ‘invertir’ y no de ‘donar’ dinero a causas humanitarias, sin contar que las grandes oenegés internacionales cierran más y más acuerdos con multinacionales como Google o Mastercard, por poner solo dos ejemplos. Ahí están los resultados económicos sobre la eficacia de la ayuda de fondos privados para el desarrollo de comunidades. No voy a entrar en si es bueno o malo, pues siempre dependerá de qué pie cojee tu ideología para que lo veas de una manera u otra. Eso sí, la empresa privada invertirá siempre donde haya beneficio, no donde haya necesidades humanitarias. Si coinciden los dos, genial, si no, pues genial también pero no hay ayuda. Y la reacción a emergencias humanitarias, la respuesta a catástrofes y guerras, normalmente siempre es en un pozo sin fondo que poco o nada tiene de rentable.